Ilustradora prolífica en el uso de medios artístico-publicitarios, reciente coautora del libro infantil
¿Qué me está
pasando?, ha expuesto en algunos países como España, Portugal, Estados
Unidos y Corea. Asimismo, ha fluctuado por varios registros de la moda
subcultural del merchandising artístico, como publicitaria de coca-cola y
diseñadora de productos para el hogar. En cualquiera de sus vertientes,
su dominio productivo se orienta hacia el diseño creativo donde prevalece la
cualidad estética como solución al problema de la forma y la imagen se
instrumentaliza como fuerza motivadora de satisfacción. Con economía de medios,
su patrón fijo de figuras-maniquíes de
llamativa apariencia visual responde a un verdadero ejercicio estilístico de entretenimiento; una propuesta
clara hacia un mundo fascinante de ilusiones y sueños donde el espectador queda
atrapado por el placer cromático y el despliegue de inocencia, donde no hay
lugar a segundas lecturas o significados ocultos. La disposición fotográfica y
el sentido narrativo de la vida cotidiana de la protagonista femenina, con
énfasis en los mensajes escritos, comentarios evaluativos asociados a su estado
de ánimo, parece ilustrar un cuento inacabado que en lugar de paginado, está
en-cuadrado.
Su diseño esquemático de rostros aniñados, evoca la candidez propia del dibujo
infantil en el empleo de un código visual recurrente como solución operativa a
la representación de ideas. Parece posible que en esta mezcla de estructura y
estilo distintivo, la autora quiera personalizar su imagen a través de un
esquema referencial aprendido y perfeccionado con el que comunicarse de forma
clara y efectiva. Como contrapartida, la no superación- intencionada o no- de
constancias visuales, tiene en su defecto, el advenimiento a un esquema
convencional, elemento de contraprestación que, en consecuencia, parece estar
más en consonancia con el reconocimiento automático y la condescendencia
comercial que con la experimentación y el riesgo. A pesar de la distancia y el
formato, en cuanto serie, la obra de Eva Armisén guarda semejanza con los
álbumes infantiles de cromos ilustrados de gran éxito en los años ochenta como
“Días Felices” o “Sarah Kay” cuya fórmula de continuidad se sostenía por las
pequeñas variaciones introducidas al esquema estable del diseño y al
coleccionismo por entregas: juego de difusión y reproducción comercial que ya
no es dominio exclusivo de la ilustración publicitaria sino extensible a otros
medios del arte. No obstante, no se trata aquí
de restar méritos a la artista por encontrar
ganchos que provoquen la
simpatía de un público, sino de observar cuando éstos, por su repetición, están
orientados a ser productos seriados de profusión comercial donde el lenguaje
utilizado como mecanismo de identificación, está en aras de convertir a la
autora en una marca de consumo o señalética publicitaria. Como conclusión a
este fenómeno, sólo añadir que la
llamada conducta unidimensional (Herbert Marcuse) que
“integra en sí toda
auténtica oposición y absorbe en su seno cualquier alternativa”, como
filosofía positivista que traduce lo negativo en positivo, se hace evidente
cuando en los modos de institucionalización del arte, el artista sustituye su
rol por el de publicista o dinamizador cultural como nuevas formas de
adoctrinamiento de los logros del progreso.